Has venido con tu nueva amante, una chica muy mona de la oficina que llevas tiempo tratando de ligarte. Por fin ha caído en tus brazos. En los aseos, donde la has acorralado, la has mirado a los ojos y la has besado. Ella no he dicho nada. Se ha dejado besar y tú le has subido la falda y le has metido la mano en la braguita hasta que se ha corrido.
Eso me has dicho cuando has llegado a casa cogida de su mano. Luego os habéis sentado, le has enseñado mis sesiones de cuernos con otros machos y hembras y os habéis reído.
- Tú eres, cariño -le has dicho- más hombre que él que sólo es una putita sumisa. O él es más femenina que tú, más puta y más zorra.
Luego me has cogido de la mano, me has llevado al cuarto de baño y has puesto mi pollita en la tapa del váter. Y me has pisado la pollita con tu tacón, mi ridículo pene, mientras la mirabas a ella. Sé lo que pretendes hacerle: darle a entender que ahí no hay más macho que tú. Que tú eres su hombre, su macho, porque yo sólo soy una puta sumisa cornuda.
Y luego te la has llevado a la habitación donde has ejercido de macho follándome con un strapon mientras la besabas a ella, te la comías a besos y te jactabas de ser el hombre de la casa, el macho de verdad. Tú, mi mujer, mi querida esposa, digo, esposo.